[Traducción de Adriana Osa revisada y editada por Esther Gimeno y Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]



¡Billetes, por favor! pidió el inspector, asomando la cabeza por la ventanilla. En seguida todo el mundo los estaba exhibiendo: tenían más o menos el mismo tamaño que las personas y desde luego parecían ocupar todo le espacio dentro del vagón.

¡Vamos, niña! ¡Enséñame tu billete! insistió el inspector mirando enojado a Alicia. Y muchas otras voces dijeron todas a una (“como si fuera el estribillo de una canción”, pensó Alicia)

¡Ala, niña! ¡No le hagas esperar, que su tiempo vale mil libras por minuto!

Siento decirle que no llevo billete -se excusó Alicia con la voz alterada por el temor: no había ninguna oficina de billetes en el lugar de donde vengo. Y otra vez se reanudó el coro de voces: No había sitio para una oficina de billetes en el lugar de donde viene. ¡La tierra allá vale a mil libras la pulgada! ... ¡Como que sólo el humo que echa vale a mi libras la bocanada!... ¡Que el idioma está ya a mil libras la palabra!

Este pasaje apoya la teoría de que el mundo imaginario de Alicia -con toda su locura- representa el mundo materialista y antipático de los adultos al que los niños se veían (y aún se ven) arrojados prematuramente. Se trata de uno de los dos pasajes de las novelas de Alicia que se refieren abiertamente al capitalismo y al valor económico de ciertos objetos, y recuerda a los lectores adultos lo extraño que resulta a los niños los conceptos de dinero, venta y compra, así como lo emocional y mentalmente extenuante que debió resultar la época victoriana para los niños que debían vivir en la más extrema pobreza y trabajar en condiciones infrahumanas. Ningún niño debería tener que pensar o preocuparse por sus finanzas. Ningún niño nace con inclinación hacia los negocios o apreciando el valor del dinero: estos conceptos han de ser enseñados o aprendidos (en general, demasiado pronto y por las peores razones).

La idea de que uno debe acumular riqueza y poder para ser feliz debe de ser trasmitida a los niños por los padres y la sociedad en general. Para la mente incorrupta de un niño, el frío dinero en metálico es tan sólo eso. El hecho de que deba ser poseído y después repartido para conseguir comida, ropa y otros objetos es extraña, por no decir absurda. ’Por qué se pregunta un niño- no puedo simplemente tomarlo? ’Y dónde, se pregunta Alicia, debo conseguir un billete?

Los niños a veces caen en la cuenta de que “el dinero hace que el mundo gire”(aunque los ignorantes puedan pensar que es al revés) a una edad muy temprana. Este descubrimiento, como sugiere Carroll, puede ser bastante inquietante si se tiene en cuenta que el niño probablemente no tiene acceso directo o control sobre unos ingresos estables (por ejemplo, el personaje de Dickens Pip debe trabajar duro para conseguir dinero y todo para que después se lo quiten y guarden en una caja a la que él no tiene acceso).

Alicia, con apenas siete años y medio, se topa con el problema del dinero en el País de las Maravillas al intentar subir al tren: es el blanco de las risas por no tener un billete. Sin embargo, del lugar que venía no se podía conseguir ningún billete. El conductor no debe hacerla responsable de ello. Parte de una desventaja primera inherente al igual que los niños que han nacido en un ambiente pobre. Mientras Alicia está sentada con la cabeza gacha debe escuchar los insidiosos comentarios de los viajeros, cuyos gigantescos billetes parecen representar el papel que desempeñan en sus vidas la riqueza y todo lo que con ella se pueda comprar. Alicia parece no poder comprender cuánto vale cada objeto, simplemente sabe que soñará esa noche con “mil libras”. A Alicia le aflige la poca amabilidad de los viajeros a la vez que sufre la irremediable pérdida de la pureza e inocencia infantiles que ocurre cuando uno se aprende lo que es el dinero.


Last modified 28 June 2008; traducido 18 January 2010