[*** = en inglès. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
Diversos elementos cruciales de la obra más excelsa de Dante, como extensiones del gran hombre alienado, apelaron especialmente a Carlyle, y éstos, también, reflejaron preocupaciones supremas para la literatura y la sociedad victorianas en general. Carlyle admiraba profundamente la severidad moral de La divina comedia y en concreto la del Purgatorio: “No existe un libro tan moral como éste, ¡la mismísima esencia de la moralidad cristiana!... [Vemos en Dante] una gran mente que le convierte, por decirlo de algún modo, en el portavoz de su época y que habla con tal vehemencia y profundidad que se ha transformado en una de las voces de la propia humanidad, haciendo que su palabra sea escuchada en todas las épocas” (Friedrich, 301). Además, tal voz en la Comedia es inexorablemente sincera, siendo la obra magna de Dante “la más sincera de todos los poemas”. Carlyle consideró que la sinceridad era la “medida” primaria “del mérito” en la obra: “Procedía de la profundidad del corazón de los corazones del autor, adentrándose a través de largas generaciones en el nuestro” (Friedrich, 302). Para Carlyle, una característica incluso más conmovedora sobre la obra de Dante que la de su moralidad más severa y su sinceridad, es sin embargo, el tono elegíaco de su poema. Por debajo de la superficie del comentario de Carlyle se encuentra el doloroso anhelo por los ideales perdidos, el remordimiento por el potencial malogrado que los Victorianos literarios heredaron de los poetas románticos y que inundó la literatura del reinado de Victoria, cohabitando tensamente con su fe utilitaria en progreso. Carlyle declaró a Dante “¡muy por encima en su tristeza!” (Friedrich, 301).
Otros aspectos del pensamiento de Dante resultaron atractivos para William Gladstone quien sentía afinidad con Dante por los principios políticos, pero quien valoró los preceptos religiosos de Dante aún más. En una carta escrita cerca del final de su vida [144/145], Gladstone expresó que estaba profundamente en deuda con la obra de Dante como una especie de magister vitae. Describió al “poeta supremo” como “a un 'maestro solemne' para mí” y explicó que “la lectura de Dante no es simplemente un placer, una proeza o una lección; es una disciplina vigorosa sobre el corazón, el intelecto, la totalidad del hombre. En la escuela de Dante he aprendido una gran parte de esa provisión mental… que me ha servido para realizar el viaje de la vida hasta el término de casi setenta y tres años” (Friedrich, 322). Gladstone tradujo realmente pasajes clave de La divina comedia y uno de sus favoritos, presumiblemente una fuente de instrucción moral como ontológica, fue el discurso de Picarda, hija de Simón Donati, en Paraíso 3. Hablando con Dante, ésta explica cómo en el cielo,
Es esencial al bienaventurado Conformar su voluntad con la divina, Para que nuestras voluntades sean una y crezcan con la suya. Y así, a medida que permanecemos en los reinos del reposo, De etapa en etapa, nuestro placer es el del Rey Siendo nuestra voluntad, la cual Él estampó, nutrida por la suya. En su voluntad reside nuestra paz. Hacia esto todas las cosas Que Él creó o que la naturaleza engendró, Se sienten atraídas como si se tratara de un mar situado en el centro [Friedrich, 321]
Within the will Divine to set our own Is of the essence of this Being blest, For that our wills to one with his be grown. So, as we stand throughout the realms of rest, From stage to stage, our pleasure is the King's Whose will our will informs, by him imprest. In His Will is our peace. To this all things By Him created, or by nature made, As to a central Sea, self-motion brings. [Friedrich, 321]
El ideal paradisíaco de Dante sobre la unción amorosa entre la voluntad de Dios y la del hombre proporcionó a Gladstone un objetivo que perseguir, aquel que probablemente reforzó con frecuencia la fe del Primer Ministro en la rectitud moral de sus acciones políticas así como en sus intentos sociales.
A partir de Church, Carlyle y Gladstone, una muestra bastante representativa de lectores victorianos de Dante, podemos generalizar sobre los usos que los contemporáneos menos vanguardistas de los Prerrafaelitas atribuyeron a Dante. Los valores cruciales que percibieron o proyectaron sobre La divina comedia, derivaron de la forma y del contenido del poema eclécticamente variado, un rasgo que recuerda a la arquitectura gótica. Pero esos valores también giran claramente alrededor de su sensibilidad ante los profundos e ineludibles sentimientos de alienación en los que incurren los hombres que pretenden conquistar una gran obra en el mundo. Los típicos lectores victorianos de Dante admiraban su intensa sinceridad de tono (para ellos una faceta relativa a todos los intentos morales más profundamente fervorosos), la corriente subterránea de tristeza de sus grandes poemas que lamenta y presagia la experiencia de la caída y su seria celebración de los caminos providenciales con los que Dios diseñó el mundo y opera dentro de él para alinear la voluntad del hombre con la Suya.
El énfasis que encontramos en Church, Carlyle y Gladstone sobre estos elementos [145/146] relativos a la visión de Dante del mundo difiere sustancialmente de los valores que los Prerrafaelitas extrapolaron de Dante. Uno de tales valores fue la preocupación autoconsciente de Dante por las tradiciones y genealogías literarias y su importancia a la hora de perseguir y de perfeccionar su arte. Como corolario de esto e igualmente destacado, fue la preocupación obsesiva de los Prerrafaelitas por la transposición del gran poeta italiano de la pasión erótica en un objeto y condición espiritual. En “Dante, un clásico inglés”, Cristina Rossetti describe el movimiento central de la obra de Dante como aquel en el que “el amor perdido por la tierra se encuentra de nuevo como un amor superior, más amable y querido en el paraíso” (201). Este movimiento comienza para Dante en la Vida nueva y culmina en el Paraíso. Se considera por tanto apropiado el que la primera obra publicada y extensa de Dante Rossetti incluyera una traducción meticulosa de la primera y gran empresa literaria de Dante.
En su prefacio a la primera edición de Los primeros poetas italianos (1861), Dante Rossetti abre (pero no continúa posteriormente) una discusión sobre aquellas áreas de su vida en las que la cultura literaria subsume la biografía. Comienza el penúltimo párrafo de su prefacio con la afirmación de que “al abandonar esta obra… me siento, por así decirlo, dividido desde mi juventud”. Y explica, “Las primeras asociaciones que tengo están vinculadas a los consagrados estudios de mi padre [sobre Dante], los cuales, desde mi punto de vista, han contribuido enormemente a la investigación general de los escritos de Dante. Así, en aquella temprana fecha, todo a mi alrededor compartía la influencia del gran florentino hasta que, al estimarlo como un elemento natural, yo también, al crecer, me vi atraído hacia el interior del círculo” (3). Significativamente, cuando esta “única contribución” de Rossetti, “para nuestro conocimiento inglés sobre la antigua Italia” se revisó y reeditó en 1874, su título también se modificó como Dante y su círculo, sugiriendo que Rossetti había logrado para entonces una conciencia mucho más poderosa sobre su posición dentro de la circunferencia históricamente expandida del círculo de influencias de Dante. Tras haber publicado su primer y propio volumen de poemas en 1870, Rossetti pudo reconocer implícitamente que a lo largo de gran parte de su vida creativa, se vio a sí mismo y a su propia obra como una extensión de una tradición literaria que su tocayo había redefinido y perpetuado.
Asimismo, Cristina Rossetti, al aproximarse el final de su vida, escribió a su hermano William: “demasiado tarde… he sido succionada hacia el vórtice de Dante” (FL, 188). Este comentario aparece en la conclusión de algunas de las breves constataciones sobre el volumen de Canon Moore, Dante y sus primeros biógrafos, y resulta desconcertante porque Cristina Rossetti estuvo a lo largo de toda su vida rodeada e influenciada por los eruditos de Dante. La observación sin embargo refleja su sentido de inadecuación como comentarista sobre el gran poeta cuya vida y obras habían absorbido tal cantidad de la energía intelectual de su familia [146/147]. Hasta 1892, su atención por Dante había sido primordialmente imaginativa más que especializada y sus inquietudes al respecto las enunció muy pronto en su segundo ensayo fundamental sobre Dante: “Dante. El poeta ilustrado a partir del poema” (1884). Explica que:
Si es formidable para otros, no es menos formidable para alguien de mi nombre, para mí, el penetrar en el campo dantesco y expresar mi discreto punto de vista sobre el Hombre y el Poema, puesto que otros de mi familia me han precedido en el mismo ámbito y han forjado obras permanentes y dignas como testimonio de su diligencia. Mi padre, Gabriel Rossetti, en su “Comentario analítico sobre el infierno de Dante” ha dejado a los principiantes una pista y a los compañeros expertos una teoría. Mi hermana, María Francesca Rossetti, ha expuesto elocuentemente en “La sombra de Dante” que La divina comedia es un discurso con una fe y una moral de lo más elevado. Mi hermano Dante ha traducido con una extraña alegría la “Vida nueva”… y otras obras (políticas) menores de su gran tocayo. Mi hermano William ha vertido el Infierno en verso blanco inglés, con un esfuerzo extenuante para lograr la exacta dosificación verbal. Yo, que no puedo reivindicar la erudición de ninguno de ellos, debo aproximarme a mi tema bajo el disfraz de “Que mi gran amor me sea de utilidad”, dejándoles a ellos la plegaria más segura, “Que mi largo estudio me sea de utilidad” [566-67; véanse también los comentarios//comments sobre Cristina como estudiante de Dante].
Este pasaje dilucida la perspectiva de Cristina Rossetti sobre la fascinante tradición de la poesía amorosa que comenzó con los trovadores y que culminó en las obras de Dante y Petrarca. Fue una tradición que influyó profundamente en Dante y en Cristina Rossetti, y con la cual todos los niños Rossetti se sintieron empujados a tratar en sus amagos literarios, cada uno de ellos leyendo y asimilando a Dante tanto como a un padre literario, es decir, en calidad de autoridad que validaba la autenticidad, como a un liberador de la imaginación. Como las dos citas precedentes dejan claro, para todos los cuatro Rossetti, la cultura de Dante fue ineludible. Afectó sus valores, sus patrones de pensamiento, sus emociones y sus vidas espirituales. El ambiguo título de María Rossetti, La sombra de Dante, revela acertadamente la gama de influencias que la literatura de Dante ejerció, especialmente sobre Dante y Cristina Rossetti. Como gran poetisa femenina, pero también como representante de una tradición, proporcionó las condiciones propicias para el arte de los Rossetti.10 Ya desde 1867, ésta escribió en su primer ensayo sobre Dante, “Dante, un clásico inglés”: “Estimando la cuestión de la nacionalidad exclusivamente como aquella de interés literario, hoy en día, en este siglo XIX en el que es imposible nacer como un antiguo griego, un hombre sabio podría escoger con sensatez nacer como un italiano [147/148], asegurándose así que su hermano mayor fuera Dante y que La divina comedia fuera su patrimonio” (200). Apenas sorprende, por consiguiente, que Rossetti introduzca lo que podría ser su poema de amor más fascinante, “Monna Innominata”, con un prefacio que identifica un punto de origen y los antecedentes literarios para los sonetos de Monna Innominata, pero que también hace mucho más. (Véase el apéndice para el texto completo del prefacio y de la secuencia poemática). Plantea toda una constelación de preguntas sobre los asuntos de la historicidad literaria, así como las cualidades intertextuales, y por tanto el pleno abanico de significados que la poesía amorosa de Cristina Rossetti desplegaba.
Como sabemos, comenzó a escribir poesía abordando los problemas de la realización mediante el amor a una edad demasiado joven como para haber surgido de su propia experiencia emocional con un hombre. Más bien, debió proceder de la “mente del poeta”, esto es, de las respuestas estéticas y emocionales ante una experiencia fundamentalmente literaria (fundamentally literary experience). La aparente familiaridad de Rossetti con los trovadores, “una escuela de poetas menos sobresalientes”, evidencia una vez más las suposiciones de que prácticamente ignoraba la literatura no religiosa producida antes del siglo XIX. Podemos perfectamente inferir alguna familiaridad por su parte con los romances y líricas medievales, que probablemente interesaron a su íntimo amigo, Charles Cayley (el traductor de Dante), sobre los que investigó fervientemente en el Museo británico durante los diversos periodos de trabajo que Cristina desempeñó allí en la década de 1870 y 1880. Además, el último párrafo de su prefacio vuelve a confirmar su fe en “la mente del poeta”, la habilidad de la imaginación creativa para apropiarse de todos los materiales, especialmente en este caso de las mitologías literarias, para generar obras de arte que extienden y desarrollan tales mitologías.
Modificado por última vez el 4 de abril del 2002; traducido el 21 de noviembre de 2012