arlyle tiene otra dificultad en sus esfuerzos por transformar la carrera de Cromwell en una épica viva. En La Revolución francesa, como en Pasado y presente, había descubierto la creencia fundamental de la era interpretando sus actividades diarias, pero aunque sus manuscritos le representan como a un buscador de la estructura simbólica de la historia, las Cartas y discursos están casi totalmente desprovistos de la interpretación simbólica. En parte, las dificultades de Carlyle surgen porque su tesis difirió de la de La Revolución francesa. En esta última, los símbolos proliferaron en proporción a la diversidad de actividades humanas, pero en la historia de los puritanos, Carlyle buscó símbolos que manifestaran la voluntad divina unificada, la cual se evidenciaba en la batalla; sin embargo, aparte de la afirmación de Cromwell de que [122/123] aquello fue así, la historia de las batallas en sí mismas no contenía nada que la distinguiera de las batallas de cualquier otra guerra. Carlyle no pudo encontrar otros episodios simbólicos como el motín en Nancy o la toma de la Bastilla.
El único episodio que parecía poseer alguna resonancia simbólica fue el de Jenny Gedes, y Carlyle intentó en diversas ocasiones componerlo de tal modo que ocupara un lugar central en su historia. El episodio giraba en torno a la leyenda de que la piadosa Jenny Gedes había arrojado un taburete al deán de San Giles cuando el arzobispo Laud pretendió introducir el libro de oración anglicano (Anglican) en los servicios de la Iglesia de Escocia. Los manuscritos de Carlyle sugieren que quería representar este incidente, el cual, según la historia, desencadenó disturbios por todo Edimburgo, como el “primer ataque de una lucha infinita” que “se propagó… sobre Edimburgo, sobre la vasta Escocia en general” y que fue simbólico de “ataques posteriores” como aquéllos que decapitaron a Carlos I (CL, 11: 36, 13: 74; HS, 10). Ya desde febrero de 1839, cuando comenzó por primera vez con sus estudios sobre Cromwell, Carlyle había retratado a Geddes como a una “heroína” épica, primero como a la Ifigenia, después como a la Helena de las guerras civiles (CL, 11: 36; OCLS, 1: 97, fn45). Pero pronto encontró que ningún documento contemporáneo de los disturbios de Edimburgo mencionaba a Geddes, es más, que la leyenda no había aparecido hasta varias décadas después del acontecimiento. Su único potencial mítico derivó del hecho de que fue realmente un mito, de que su base histórica era escasa (fn46). Al final, Carlyle lo relegó a un breve pasaje en la introducción a las Cartas y discursos (1: 96-97). No podía arriesgarse a fundar su épica sobre un acontecimiento que podría no haber acontecido nunca, pero tampoco podría descubrir ningún incidente histórico que ofreciera el mismo potencial simbólico.
La decisión de Carlyle simplemente de publicar las cartas y discursos señaló su abandono de la búsqueda de lo simbólico; de hecho, el formato de las cartas y los discursos trabajaba en contra del descubrimiento de lo simbólico. Mientras que el narrador y los editores de Sartor Resartus, La Revolución francesa, y Pasado y presente no dudaron en subordinar la cronología para organizar simbólicamente el material, la estricta clasificación cronológica de las cartas y discursos limita la piadosa habilidad del editor por desvelar símbolos o presentar la historia de las guerras civiles en términos simbólicos. Ciñéndose a los acontecimientos de la carrera de Cromwell tal y como se exhiben en las cartas, se ve forzado a excluir el material potencialmente simbólico. Por ejemplo, en La Revolución francesa, Carlyle consagra un libro entero, cerca de cincuenta páginas, al juicio y a la ejecución de Luis XVI, mientras que el juicio y [121/122] la ejecución de Carlos I en Cartas y discursos sólo merece media docena. Sus manuscritos, especialmente Bocetos históricos, son ricos en el tipo de historia anecdótica mediante la cual le gustaba leer los signos de los tiempos— la conspiración de la pólvora de Guy Fawkes, el duelo, la quema del teatro en Drury Lane, el Libro de los divertimentos, y así sucesivamente—pero finalmente excluyó casi todo este material porque no pudo encontrar un modo de vincularlo a la vida de Cromwell. Mientras que las primeras obras de Carlyle habían construido vocabularios complejos sobre imaginería, tropos y alusiones por medio de los cuales transmitir su lectura simbólica de los hechos (por ejemplo, la imaginería de la vestimenta y la estructura ficcional de Sartor Resartus; la imaginería del vórtice y del fuego, las alusiones homéricas y las personificaciones de la Revolución francesa; la figura de la viuda irlandesa, el contraste entre el monasterio de San Edmundo y el taller de San Ives y la imagen de “la reducción de las relaciones humanas a un intercambio monetario” en Pasado y presente), Cartas y discursos de Oliver Cromwell carece simplemente de un sistema coherente de signos por medio de los cuales presentar una lectura simbólica de las guerras civiles.
Carlyle identificó estrechamente a los rebeldes puritanos y escoceses con sus propios ancestros y durante largo tiempo los consideró como “padres” espirituales (e.g., i: 80, 3: 211, 4: 208). Su intento por recuperar el idilio del Puritanismo fue sin embargo otro conato por recuperar el idilio perdido con la muerte de su padre y por dar autoría a un nuevo mito para el siglo XIX. Como la Monarquía de los cinco, anhelaba una “Monarquía” apocalíptica de “Jesucristo”, y como Smelfungus en Bocetos históricos, esperaba “restaurar” el pasado de tal manera que “nunca… volviera a perderse” (OCLS, 3: 113; HS, 38). Habiendo tomado como mira nada menos que la compleción de la revolución iniciada por Cromwell, no pudo sentir sino que había fracasado.
Carlyle se lamentaba en la introducción a Cartas y discursos de que, mientras que el pueblo inglés había consumado el acto “épico” de “escoger a su rey”, la historia del heroísmo inglés seguía sin expresarse, prisionera en el “laberinto… que podemos llamar historia humana” (4: 37, 1: 7). Sin embargo, como sus predecesores literarios, Carlyle también fracasó en transformar a la “fallecida e indescriptible Cromwellíada” en una “Ilíada viva” (10: 5). En parte, fracasó porque no pudo terminar de creer en un “dialecto” tan “obsoleto” como el de Odín y el de Dante. El Puritanismo, concluyó, no era una “teoría completa de este inmenso universo, ¡no, sólo una parte de él!” (2: 53, 4: 184). En parte, fracasó porque sus investigaciones demostraron que el idilio teocrático de Cromwell nunca había existido, que contrario a escapar del tiempo y de la historia, Cromwell y los puritanos [124/125] habían inaugurado la era de la revolución. La ironía de Cartas y discursos consiste enteramente en documentos escritos sobre las palabras de Cromwell. Como Teufelsdröckh, Sansón, y el mismo Carlyle, Cromwell habla interminablemente pero no se gana ningún otro descanso salvo el de la muerte (3: 107, 124). En los tres años que siguieron a la publicación de Cromwell, la última esperanza de Carlyle de que podría crear un Cromwell que trajera orden y justicia a Inglaterra se esfumó. La impotencia de la escritura nunca fue más aparente. Cuando Cromwell no podía persuadir a la oposición para que estuviera de acuerdo con él, podía recurrir a la fuerza para mantenerla a raya. Cuando Carlyle no logró persuadir a sus contemporáneos para que aceptaran un nuevo Cromwell, la única fuerza a la que podía acudir fue la fuerza de las palabras iracundas.

Actualizado por última vez el 26 de octubre de 2001 ; traducido el 19 de octubre de 2012