[Parte 4 de La divinidad y el discípulo: Oscar Wilde en las cartas de Max Beerbohm,
1892-1895. Traducción de Martin Glikson revisada y editada por Asun López-Varela.
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El enamoramiento de Beerbohm por Cissy fue desapareciendo oportunamente de sus cartas después de octubre de 1893, dejando sitio para que Wilde y su círculo volvieran a entrar en estas. Lejos de aparecer como un alma que “se ha desvanecido en el pecado y ha revivido vulgar”, Wilde vuelve a ser descrito como “dulce”, y Beerbohm retoma con gran placer la narración de sus anécdotas. En enero de 1894, escribe a Turner: “Debo contarte una dulce historia de Oscar ( . . . ) [Robert] Sherard estaba, como es su costumbre, borracho y espantoso, y, levantándose de su asiento, adoptó una pose defensiva y comenzó a decir a voces que quienquiera que atacase a Mr. Oscar Wilde debería enfrentarse primero a él. ‘Shh, Robert, ¡shhh!’, dijo Oscar, posando una blanca mano de regordeta contención sobre el hombro de Sherard. ‘¡Chitón! Tu defensa pone mi vida en peligro’. ¿No es un encanto?” (Letters to Reggie Turner 87). Sin embargo, como la referencia a la “blanca mano de regordeta contención” sugiere, las reacciones de Beerbohm ante Wilde en el periodo tardío de su relación estaban generalmente matizadas por el tono satírico.
En abril de 1894 apareció el ensayo de Beerbohm “Una defensa de la cosmética” (“A Defense of Cosmetics”) en el primer volumen de The Yellow Book, una publicación creada como alternativa a la prensa comercial y considerada por muchos como “un emblema del decadentismo” (Beckson 247). Tanto en estilo como en tema, “Una defensa de la cosmética” parodia el esteticismo de Wilde.
Por demasiado tiempo se ha degradado al rostro de su rango de cosa bella a vulgar catálogo del carácter o la emoción ( . . . ) y el uso de cosméticos, el ocultamiento del rostro, cambiará esto. Miraremos a la mujer meramente por su belleza, y no fijaremos la mirada en su cara ansiosamente como quien lee un barómetro. (“Una defensa de la cosmética”)
Los críticos no entendieron la broma y se escandalizaron por el ensayo de Beerbohm. En una carta al editor de Yellow Book, que apareció en el segundo volumen, en julio de 1894, Beerbohm se defendió:
¿Me permitirá, señor, en acto de justicia hacia mí y hacia usted mismo, que fue gravemente censurado por haberme dado cabida, dar un paso al frente y asegurar a la masa asustada que ha sido víctima de una broma? ¿Me permitirá asegurarle además que no esperaba que cayeran en ella? Se me antoja de increíble que alguien pudiera pasar por alto que mi ensayo, de tema tan grotesco, de opinión tan frívola y en un estilo tan salvajemente afectado, pretendía ser una burla de la escuela esteticista. Si hubiese firmado como D. Cadente o P.A. Radoja, o incluido una nota aclarando que el manuscrito había sido encontrado a menos de cien millas de Tite Street, los reporteros habrían dicho que les había hecho entrega de un delicado trocito de sátira. (Letters of Max Beerbohm, 2)
Una “broma” de otro tipo apareció en una carta a Turner del 12 de agosto de 1894. En lo que probablemente se tratase de una alusión a la redada acaecida en un club homosexual que tuvo lugar ese día, Beerbohm escribió: “Oscar resultó finalmente arrestado por un cierto tipo de crimen. Fue capturado en el Café Royal (planta inferior). Bosie, excelente corredor, escapó, pero Oscar fue menos ágil” (Letters to Reggie Turner, 97). Menos de un año más tarde, la imaginativa elaboración de Beerbohm demostraría ser misteriosamente profética.
Beerbohm se encontraba en América cuando el escándalo Wilde estalló. En febrero de 1895, el marqués de Queensberry (cuyo hijo, Lord Alfred “Bosie” Douglas era el ex amante de Wilde y su constante compañero) dejó una tarjeta para Wilde en su club acusándolo de “sodomita en pose”[1]. En marzo, Wilde presentó una demanda por libelo contra Queensberry. Como resultado de la evidencia presentada durante el juicio, Queensberry fue absuelto y Wilde, en cambio, fue arrestado por cometer actos indecentes. La simpatía de Beerbohm por Wilde no le impidió ver el lado divertido del asunto. “Aunque por lealtad estaba dispuesto a apoyar a Oscar cuando este se encontraba en problemas”, escribe [David] Cecil, “y aunque admiraba su coraje, durante los últimos años se había vuelto más consciente de sus defectos. Su lado más conspicuo lo enervaba cada vez más” (122). La distancia permitía a Beerbohm ver tanto la hipocresía de los acusadores como la cualidad melodramática del aprieto en que Wilde se encontraba (Cecil 120). “Qué existencia escabrosa lleva Oscar, siempre llena de incidentes extraordinarios”, escribió a Ada Leverson en marzo de 1895. “Qué oportunidad para los biógrafos del siglo que viene, los Thackeray y los Max Beerbohm del futuro” (Danson 79).
A raíz del arresto de Wilde en abril de 1895, Beerbohm escribió: “Espero ansiosamente el primer acto de la nueva Tragedia de Oscar. Pero seguramente el título Douglas ya debe de haber sido usado antes”[2]. De nuevo, Beerbohm usa elementos del estilo aprendido imitando a Wilde. La paradoja wildeana es evidente en “la nueva tragedia de Oscar”, ya que el renombre de Wilde como dramaturgo provenía de su serie de exitosas comedias. El tono de burla ingeniosa, sin embargo, pertenece claramente a Beerbohm.
Beerbohm no fue tan frívolo al regresar a Inglaterra y ver la realidad del peligro en que Wilde se encontraba. Estuvo presente en el primer juicio penal contra Wilde, y lo refirió a Turner, quien había estado con el acusado en el momento del arresto y que había dejado Inglaterra por miedo a ser arrestado él mismo. “Oscar ha estado espléndido”, Beerbohm escribió, “( . . . ) Ahí estaba ese hombre, quien había estado un mes en prisión, que había sido cubierto de insultos y aplastado y zarandeado, en perfecto control de sí mismo, dominando al viejo Bailey con su magnífica presencia y su voz musical” (Letters to Reggie Turner, 102). Tampoco se le escapaba a Beerbohm la hipocresía de los procedimientos: “Fue horrible abandonar cada día la corte teniendo que pasar entre los chaperos ( . . . ) a quienes se permitía quedarse por ahí tras prestar declaración y hacer guiños a determinadas personas” (103).
Beerbohm prosiguió describiendo, con lo que Felstiner llama “crueldad involuntaria” (Lies of Art, 50), una escena que tuvo lugar en casa de Ernest y Ada Leverson en la víspera del juicio: “Mrs. Leverson haciendo por lo bajo observaciones frívolas sobre los chicos de los recados a Bosie, que estaba pálido como las cenizas ( . . . ) Mr. Leverson explicándome que permitía que su casa se usara para esos propósitos no por aprobación hacia “lo antinatural”, sino a causa de su admiración por las obras y la personalidad de Oscar. Y yo vestido exquisitamente y sin simpatizar con nadie” (Letters to Reggie Turner, 104).
Y entonces, a todos los efectos, la influencia de Wilde sobre Beerbohm llegó a su fin: con Beerbohm (a la manera wildeana) “vestido exquisitamente y sin simpatizar con nadie” en la víspera de la caída de Wilde. El 25 de mayo de 1895, Wilde fue declarado culpable y condenado a dos años de prisión con trabajos forzados (Ellmann 474). Nunca más tendría tanta presencia en la vida de Beerbohm, ni ejercería tal influencia sobre su obra.
La divinidad y el discípulo: Oscar Wilde en las cartas de Max Beerbohm, 1892-1895
- Introducción: El incomparable Max y el indecible Oscar
- El periodo temprano: imitación
- El periodo medio: crítica
- Conclusión: “Compárame”
- Obras citadas
Last modified 28 Noviembre 2004; traducido diciembre 2009