[*** = solo disponsible en inglese. Ésta es la tercera parte de “La masculinidad en Charlotte Brontë, E. B. Browning, y Thomas Carlyle” del autor. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
En sus conferencias de Sobre los héroes, el culto de los héroes y lo heroico en la historia, Thomas Carlyle utiliza varios ejemplos de grandes hombres a lo largo de la historia registrada para transmitir su noción de lo que es un héroe. Para él, este héroe define la masculinidad, lo que cada hombre debería esforzarse por emular. Examina extensos fragmentos para encontrar hilos comunes en los diferentes tipos de hombres que proporciona a su audiencia como ejemplos del héroe a lo largo del tiempo. Según Carlyle, todos los héroes poseen un “material” básico a partir del cual han sido hechos, alguna clase de tejido que en cada gran hombre le permite tener tal cualidad. Tienen, por ejemplo, “una especie de sinceridad salvaje —no cruel, nada más alejado de esto, sino salvaje, que forcejea desnuda contra la verdad de las cosas” (Carlyle, p. 193), pero también poseen “un corazón de lo más tierno, lleno de compasión y de amor, como de hecho es siempre el corazón verdaderamente valiente” (Carlyle, p. 140). El héroe es un hombre que voluntariamente dedica su vida a la verdad divina interior y que comparte su visión con el resto del mundo. Para Carlyle, ésta es la definición de un hombre verdadero: aquél que es un ser profundo y espiritual, que vive su vida mediante verdades divinas:
Todas las clases de héroes están hechas intrínsecamente del mismo material; aquél que se entrega a una gran alma, abierto al significado divino de la vida y que después se otorga a un hombre a quien se considera apto para que hable de ello, entone canciones, luche y trabaje por ello, de un modo excelente, victorioso y eterno. Esto es lo que se le ha concedido al héroe —cuya apariencia externa dependerá del tiempo y del entorno donde se encuentre [Carlyle, p. 115].
Da cabida a las diferencias en cuanto a la misma manifestación del material del héroe expresando que es la propia época de cada hombre la que lo modela. Las cualidades básicas deben estar allí; la forma que asumirá a partir de las numerosas formas que usa como ejemplos depende de las circunstancias en las que nace un héroe. En cierto sentido, la visión de Carlyle del héroe se asemeja al modo en que Jane vio a Rochester esculpido por las circunstancias, pero Carlyle siente que si un hombre posee las cualidades básicas de un héroe, no se volverá corrupto, y que por tanto, no hay necesidad de una mujer que lo reforme.
El héroe, ese hombre que transciende los siglos, habla a las generaciones más allá de la suya. Un héroe es la encarnación de la virilidad, el hombre supremo, la masculinidad personificada. Un héroe es un gran hombre, uno a quien todo hombre admira y ante quien siente cierto sobrecogimiento. El culto de los héroes es simplemente natural, dice, porque reconocemos que estos hombres encarnan los afanes de todos los otros hombres:
El culto de los héroes es la raíz más profunda de todo; la raíz madre de la cual en gran medida se alimenta y crece el resto… El culto del héroe es la admiración transcendental por un gran hombre. Digo que los grandes hombres son aún admirables, y digo que, en el fondo, ¡no hay nada más que sea admirable! En el pecho de los hombres no mora ningún sentimiento más noble que éste, el de la admiración por alguien superior a él mismo [Carlyle, p. 11].
Cada hombre lucha por modelarse siguiendo a estos grandes hombres, por vivir las virtudes que encarnan, por batallar por el estatus que éstos han conseguido. Son los hombres originales, los verdaderos hombres de cada era, cuya verdad se extiende más allá de su época. Son arquetipos, pura masculinidad y virtud: “Estos grandes individuos fueron los líderes de los hombres; los modeladores, los patrones, y en un sentido amplio, los creadores de lo que quiera que la masa total de hombres idearon hacer o lograr” (Carlyle, p. 1).
El héroe de Carlyle debe poseer lo que denomina una y otra vez como sinceridad. Un hombre verdadero es sincero en lo que piensa, en lo que dice y en lo que hace. Debe esforzarse por encontrar la verdad profunda del mundo, y una vez encontrada, vivir en consonancia con ella en cada aspecto de su vida. Esta sinceridad le hace grande; posee en ella un toque de santidad: “Dicha sinceridad, como la llamamos, tiene verdaderamente algo de divino. La palabra de tal hombre es una Voz directa desde el propio corazón de la naturaleza” (Carlyle, p. 54). La sinceridad, para Carlyle, alcanza hasta las profundidades del pensamiento, saca a la luz un pedazo de metal de pura verdad y difunde la palabra de aquella verdad en la misma vida de uno. Es pura, es simple, es divina. La masculinidad está completamente entrampada en la verdad, pero es una verdad que el hombre puede encontrar para sí mismo. Carlyle no menciona a ninguna mujer o a otro guía. El gran hombre puede ahondar en la naturaleza y en Dios y profetizar todas las verdades para sí mismo.
Pero aunque un gran hombre debe vivir su vida mediante la verdad, no es algo de lo que pueda hablar ni algo de lo que pueda ser ni incluso verdaderamente consciente. No es un proceso autoconsciente, más bien, un hombre debe simplemente tener la necesidad interior de vivir de esta manera y de no ser capaz de captar ningún otro modo de ser. Es algo que no puede evitar hacer y ser, algo que es innato, sencillamente porque es un gran hombre:
La sinceridad del gran hombre es de aquella clase de la cual no puede hablar, de la cual no es consciente; más bien, supongo, es consciente de la insinceridad, ¿puesto qué hombre puede caminar con exactitud según la ley de la verdad durante un día? No, el gran hombre no se jacta por ser sincero, nada más alejado. Quizá no se pregunta a sí mismo si lo es; diría mejor que su sinceridad no depende de él mismo, que ¡no puede evitar ser sincero! [Carlyle, p. 45].
Carlyle valora esta cualidad del silencio apropiado, no justamente cuando se habla de la sinceridad de alguien sino en todas las cosas. Establece una clara distinción entre un hombre que sale e intenta demostrar su fuerza haciendo cosas temerarias y un hombre que posee una fuerza y sabiduría interiores. Para él, el segundo es mucho más masculino; más que el músculo y la fuerza bruta, Carlyle valora el vigor mucho más sereno, el vigor espiritual:
¡Es un error fundamental el llamar a la vehemencia y a la rigidez resistencia! El hombre que padece ataques convulsivos no es fuerte, aun cuando seis hombres no pueden sostenerlo entonces. Aquél que puede caminar bajo el peso más pesado sin tambalearse, aquél es el hombre robusto… Un hombre que no es capaz de mantenerse en paz, hasta que llegue el momento de hablar y actuar, no es el hombre adecuado [Carlyle, p. 185].
Hablar sin tener nada que decir revela lo opuesto a la masculinidad, puesto que según Carlyle, el hombre que sabe dónde, cuándo y qué decir, es el verdadero hombre.
Carlyle presenta a sus héroes como grandes hombres pero éstos no son conquistadores, sino más bien grandes en espiritualidad y en pensamiento. Viven en actitud contemplativa, morando en los profundos entresijos del mundo, viendo a través de la artificialidad de las cosas hasta llegar a las verdades profundas. Aunque enfatiza su capacidad para hacerlo, su grandeza no emana de las hazañas sino de sus pensamientos, su filosofar, de las nuevas teorías que introduce en el mundo:
El pensamiento indómito, grande, semejante a un gigante, enorme; —ser domado en el momento oportuno hasta adentrarse en la sólida grandeza y no ser como un gigante, sino ¡más divino y más fuerte que el gigantismo de los Shakespeares y de los Goethes! —tanto espiritual como corporalmente, estos hombres son nuestros progenitores [Carlyle, p. 20].
Describe sus pensamientos como gigantescos y divinos, destacando la masculinidad que ve en el mero pensamiento más que en los hechos. Eleva los pensamientos a un estatus divino en un intento de equipararlos con la masculinidad. Son “indómitos”, “enormes”, “divinos y más fuertes que el gigantismo”. Donde la masculinidad se entiende a menudo como la habilidad de salir al exterior y conquistar, como músculo y valentía, él concibe la virilidad como una cualidad mucho más pasiva, como la habilidad para meditar sobre el mundo y percibir sus profundidades:
El intelecto no consiste en hablar y en hacer ejercicios de lógica: es ver y determinar con precisión. La virtud, el virtuoso, la masculinidad, la heroicidad, no es una regularidad cortés ni inmaculada. Es, para empezar, lo que los alemanes denominan acertadamente Tugend (Taugden, la audacia), el coraje y la facultad para hacerlo [Carlyle, p. 218].
Para Carlyle, el coraje y la eliminación del miedo juegan un papel en la masculinidad, incluso si el héroe no necesita demostrar su valentía en el combate: “El valor es aún un valor. El primer deber de un hombre sigue siendo el de subyugar el temor. Debemos librarnos del miedo; hasta entonces, no podremos actuar en absoluto” (Carlyle, p. 32). La diferencia entre la teoría de Carlyle sobre lo que convierte a un hombre en un gran hombre y la definición estándar es que el hombre sólo necesita expresar sus pensamientos correctamente, no tiene que actuar ni que demostrar su falta de miedo.
Del mismo modo en el que las mujeres se han descrito a sí mismas como guía espiritual para el hombre moralmente débil, Carlyle ve a su gran hombre masculino como un guía espiritual para el mundo. Emplaza al héroe en la posición del portador de la luz, de una figura que puede propagar la espiritualidad, la verdad y la sabiduría al resto de la humanidad:
En el verdadero hombre literario existe así siempre, sea o no reconocido por el mundo, una sacralidad: él es la luz del mundo; ¡el sacerdote del mundo! al que guía, como un pilar sagrado de fuego, en su oscuro peregrinar a través del tiempo perdido [Carlyle, p. 157].
Mientras que las mujeres han considerado que los hombres dependían de ellas y que necesitaban una muleta espiritual, Carlyle no deja espacio a las mujeres en sus ensayos; sólo existen los grandes hombres y el resto del mundo. Ubica a los hombres en el papel femenino del guía espiritual, subrayando la contemplación pacífica por encima de la fuerza de las acciones.
La masculinidad en Charlotte Brontë, E. B. Browning, y Thomas Carlyle
- *** La masculinidad en Jane Eyre
- ***La masculinidad en Aurora Leigh
- La masculinidad en Sobre los héroes, el culto de los héroes y lo heroico en la historia de Carlyle
Referencias
Carlyle, Thomas. On Heroes, Hero-Worship and the Heroic in History. Lincoln, Nebraska: Universidad de Nebraska Press, 1966.
Modificado por última vez el 18 de mayo de 2004. Traducido el 25 de septiembre de 2012