Infancia

decorative initial 'D'

Dinah Maria Mulock, que más tarde se convirtió en la Señora de George Lillie Craik, nació el 20 de abril de 1826. Su padre era en aquel entonces pastor de una capilla independiente e inconformista en Stoke-on-Trent. El estereotipo reflejado en la expresión "la hija de un clérigo campesino", que ha sido aplicada a Craik en varias ocasiones, transmite una imagen errónea de su infancia. La descripción de Margaret Oliphant del padre de Craik como un hombre "cuya profesión de extrema religiosidad evangélica no era llevada a la práctica" (Margaret Oliphant, "Mrs. Craik", Macmillan's Magazine, 57, 1887, p. 82.) tan solo comienza a dar a entender la personalidad del hombre. Era conocido por sus contemporáneos como "El Sangriento Moloch", y también como "Muley". Ambos epítetos parecen justificados.

Thomas Mulock nació en Dublín; su familia pertenecía a una aristocracia irlandesa. En 1812 ya hacía negocio como mercader en Liverpool. El periodo del final de las guerras Napoleónicas fue políticamente turbulento. El radicalismo y la reforma democrática estaban en marcha; había revueltas, manifestaciones y reuniones de masas de aquellos que pasaban hambre y de los privados del derecho al voto. Mulock se convirtió en un adepto vocal del lado reaccionario. En Liverpool, era conocido por ser un brillante orador y escritor de mordaces cartas al Courier. Algunas de sus piezas satíricas sobre el radical Henry Hunt, que se imprimieron en el Sun londinense en 1816, eran muy admiradas por George Canning (quien no había madurado en el liberalismo que habría de exhibir como secretario de asuntos exteriores). Se dice que Mulock fue durante un tiempo el secretario privado de Canning.

El renacimiento evangélico estuvo en el aire también durante los años de la posguerra. Pronto, Mulock cayó en su influencia. En 1817, a la edad de veintisiete años, se matriculó en el Magdalen Hall, Oxford, quizá con la intención de aceptar órdenes sagradas. Su carrera en Oxford no duró mucho (si alguna vez realmente comenzó). Empezó a escupir panfletos describiendo lo que un contemporáneo llamó "el original punto de vista acerca de la materia de la teología y la práctica Cristiana." (Rev. David Thorn, citado in Reade, p. 43).

En 1820 Mulock dio una serie de charlas sobre literatura inglesa en Ginebra y París. Sin embargo, aún no había abandonado su fervor religioso; criticó la literatura basándose en la precisión bíblica expuesta por los autores. Persiguió a su presa a través de cartas, así como de charlas; Lord Byron declaró que Mulock "me escribió varias cartas sobre la Cristiandad, para convertirme; y, si no hubiera sido ya cristiano, probablemente ahora lo sería. Pensé que había algo de talento salvaje en él, mezclado con un poco de ridiculez..." (Moore, II, 303).

En 1821 Mulock estaba en el interior industrial de Inglaterra, un campo fértil para evangelistas disidentes. William y Mary Howitt, una pareja de escritores interesada en la clase trabajadora, acudieron a oírle predicar en la habitación superior de una fábrica de porcelana en Stoke-on-Trent. La congregación era variada; había varias "mujeres de riqueza" y el resto eran alfareros vestidos con sus ropas de trabajo. El predicador era joven y apuesto, y vestía un abrigo azul con botones dorados, un chaleco beige y pantalones blancos, su ropa blanca impecables impecable, y sus manos, "delicadamente formadas", adornadas con anillos. Y, como Mary Howitt declaró, "En su arengar evidentemente intimaba con nosotros, que desde los días de los apóstoles, la verdadera fe había sido revelada nada menos que a Thomas Mulock." (Howitt, II, 152-53)

Mulock se alojaba durante este tiempo en una cabaña entre Stoke y Newcastle-under-Lyme. La viuda de un próspero curtidor de Newcastle vivía en la casa de al lado con sus tres hijas solteras. El 7 de junio de 1825, una de sus hijas, Dinah Mellard, se casó con Thomas Mullock. La novia tenía más de treinta años; el novio se vistió de blanco de la cabeza a los pies el día de su boda. Dinah Mulock, nacida al año siguiente, fue su hija mayor. Sus hermanos Tom y Benjamin la siguieron en intervalos de dieciocho meses en 1827 y 1829.

Como Mulock no era un clérigo rural formal con un modo de vida asegurado, sino un carismático predicador dependiente del favor de su congregación, y un hombre polémico, terco y poco de fiar, la infancia de su hija fue de todo menos segura. La congregación construyó a su predicador una hermosa capilla, pero al mismo tiempo él estaba siempre pidiendo dinero prestado -que nunca devolvía- a su amigo William Reade (quien se casó con otra de las hijas de la señora Mellard). El dinero fue destinado a mobiliario, a alfombras para las escaleras, a un abrigo azul y calcetines de lana, a pavos para comer y grandes recibos que pagar en Navidad, y también para los gastos de demandas. Al final, Mulock terminó por destruir su gallina de los huevos de oro al envolverle en una larga correspondencia argumentativa que terminó con una denuncia pública a Reade desde el púlpito de la capilla de Stoke como "un blasfemo y el más grande hereje que había surgido desde los días de los Apóstoles." (Reade, Notes and Queries, p. 501)

El tema de esta desesperada controversia fue el número exacto de los sufrimientos de Job. Los escritos religiosos de Mulock revelan que era un fundamentalista del tipo más fácilmente satirizado, cuyas frases están liberalmente rociadas con citas bíblicas. Una porción de su congregación fue cercada para contener al Elegido; los irredentos se pasaron de la raya. Su agarre sobre la congregación de Stoke fue breve (quizá, de hecho, su popularidad entre las "mujeres de riqueza" sufrió después de su matrimonio) y pronto llegó a su fin debido a la deuda y el conflicto. Para cuando Dinah Mulock cumplió seis años, la construcción de la capilla había sido tomada por los cuáqueros, Mulock había sido confinado brevemente al asilo para lunáticos, y la familia se había mudado a Newcastle.

La infancia que Dinah Mulock recordaba, entonces, era una pasada en una casa en hilera en Newcastle-under-Lyme. Uno de sus ensayos pinta una imagen placentera de su libertad. Los adultos estaban muy ocupados para vigilar demasiado (y no había niñera cuidando de los niños); chicos y chicas por igual eran enviados afuera a jugar con un delantal azul y pantalones protegiendo sus ropas. En el césped y en la tierra detrás de la casa los niños jugaban a la pelota, al balón prisionero y a las canicas. Construyeron una casa de juegos en el jardín, en la que tenían un fuego donde asaban patatas; excavaban profundos hoyos en la tierra con ningún propósito excepto el de sentarse sobre ellos; ideaban elaborados planes para escaparse durante la noche pero cometieron el error táctico de irse a la cama sin ninguna queja y fueron descubiertos con la ropa puesta -con botas y todo- debajo de sus camisones de dormir ("Going Out To Play,"). Estos recuerdos fueron escritos en un artículo de revista que llamaba a contribuir en la construcción de parques en vecindarios pobres, pero el tono también sugiere el criticismo de Craik a la inhibidora sobreprotección que los padres de la clase media urbana imponían a sus hijos, y especialmente a sus hijas.

Dinah Mulock fue educada en la Brampton House Academy, una escuela de día cerca de su casa. La calidad académica del currículum es desconocida, aunque, a juzgar por sus logros posteriores, podría haber incluído francés y latín. Un ensayo sobre la lectura en su infancia no revela ningún estudio particularmente profundo. Los primeros libros que más adoró eran copias baratas de los clásicos de aventuras con ilustraciones gravadas − Sinbad el marino, Robinson Crusoe − y narrativas de viajes y exploración, incluyendo a George Lillie Craik's New Zealanders. La familia Mulock era demasiado pobre para comprar libros, y los que consiguieron entrar a la casa prestados fueron sobre todo pragmáticos; "nuestros mayores," escribió ella, tenían "un mucho más fuerte prejuicio contra la ciencia, las matemáticas, y el conocimiento sólido general, que contra el arte o el lado poético de la literatura" ("Want Something to Read," p. 291). No habían cuentos de hadas. Dinah leía cuidadosamente con sus hermanos el Boy's Own Book y el Boy's Book of Science y lamentaba que no tuvieran dinero para hacer experimentos. Los niños Mulock podían pedir prestado el Chambers's Edinburgh Journal a un vecino, pero peleaban tanto acerca de quién de los tres lo leería primero que terminaron por tener prohibido llevarlo a casa.

En algún punto, alguien -quizá una tía- comenzó a leer en voz alta a Shakespeare, Chaucer, y el verso moderno. Entonces, durante un invierno en el que los niños estaban encerrados en casa con sarampión, tos ferina y varicela sucesivamente, un amable vendedor de libros les suministró con existencias de su librería de préstamos. Durante la transición a la adolescencia, la futura novelista se convirtió en una fanática lectora de novelas: Jane Austen, Mrs. Opie, Edward Bulwer-Lytton, Sir Walter Scott, y los primeros fascículos, mes a mes, de Charles Dickens alimentaron sus fantasías. A la edad de diez años ya habría escrito un poema largo sobre su gata Rose, como entretenimiento para una cena, y a los doce ya inventaba historias para divertir a un niño al que tenía que cuidar -y cuando el niño la despertó a las cuatro de la madrugada para rogar otra historia, rápidamente aprendió a construir sus invenciones alrededor de la moral del altruismo. ("The Age of Gold," p.297).

Educacionalmente, pues, Dinah Mulock no tuvo ni las restrictivos y triviales habilidades de una jovencita con una institutriz de élite ni la educación sistemática absorbida por algunos de sus contemporáneos cuyos padres se comprometieron seriamente a supervisar su educación en casa. Sus lecturas eran eclécticas; los epígrafes de su primera novela incluyen citas de Shakespeare y Plutarco, Spenser y Coleridge, el poeta de clase trabajadora Kirke White, y los americanos Longfellow y Lowell, de un surtido de jesuitas, mártires y obispos -y de Joanna Baillie y Margaret Fuller. Pero raramente profundizó en un tema; más tarde contó a un reportero que no leía demasiado porque encontraba a la gente más interesante que a los libros (Harrison, p.538).

Lo que Thomas Mulock hacía para mantener a su familia durante los años de Newcastle nos es desconocido. Su esposa recibía un pequeño sueldo del testamento de su padre y, pronto, aumentó -o quizá proveyó- el dinero familiar cuidando un colegio. Para cuando entró en sus años de adolescencia, Dinah Mulock tenía educación suficiente como para convertirse en la asistente de su madre. Un abogado en Hanley, muchos años después, gustaba de contar a sus amigos que había recibido sus primeras lecciones en latín de la pequeña niña que se había convertido en una famosa novelista. Así, descubrió que las mujeres jóvenes podían ganar dinero y también, probablemente, que enseñar no era particularmente agradable: le dijo a un amigo que los chicos "le habrían tenido más respeto si no hubiese estado obligada a pasearse entre ellos con los brazos y el cuello descubiertos de una chica de trece años de la época." (Reade, Mellards, p.56.)

Londres y la literatura

En el verano de 1839, la suegra de Thomas Mulock falleció. Dada la magnitud del dinero que su mujer heredó, Mulock se mudó a Londres con su familia. Allí, la vida fue durante un tiempo más cómoda. Los chicos fueron enviados a la escuela; Dinah Mulock estudió idiomas (incluyendo italiano y griego) con ellos, aprendió irlandés de un amigo de su padre, y, durante 1843, acudió diariamente de 11 a 2 a la Government School of Design en Somerset House a aprender dibujo.

La teología de Thomas Mulock no prohibía los placeres menores. Se hizo amigo de Charles Mathews, encargado de Covent Garden, quien permitía a la familia Mulock usar un palco en el teatro de vez en cuando. Dinah conoció a actores y comediantes en casa de los Mathews; acudió a bailes y a fiestas y, adolescente como era ella, volvía a casa llorando porque se había sentido invisible (Showalter, "Dinah Mulock Craik", p.9).

Más importante, los contactos de su padre le permitieron conocer a mujeres y hombres que trabajaban en la profesión de la literatura. George Lovell y su esposa Maria, ambos dramaturgos de éxito, eran amigos, como también lo era la joven poetisa Eliza Leslie. Las más significantes de las nuevas amistades fueron el señor y la señora Samuel Cartel Hall, una trabajadora pareja que era responsable, entre los dos, de más de quinientos volúmenes de cuentos, novelas, literatura infantil, antologías de fragmentos y dibujos de verso y prosa de las bellezas de prácticamente cualquier área geográfica que uno pudiera nombrar. Vivían en Brompton, cerca de donde los Mulock se alojaban en Earls Court Terrace. La señora S. C. Hall era también irlandesa, y, aunque un peón en la causa de la sobriedad, organizaba reuniones semanales en las que Dinah Mulock pudo conocer a otros autores y pintores pertenecientes a la provincial, inconformista y comercial clase media del mundo cultural de Londres.

Thomas Mulock se encontraba de nuevo escribiendo panfletos sobre temas religiosos y políticos. Llevó a cabo una sucesión de puestos vagos en organizaciones que duraron poco; en 1842 fue la "National Employment and Education Society" y en 1843 la "Institution for Assisting Heirs-at-Law," a la que se sentía llamado a defender contra los cargos de que era meramente una conspiración para timar a herederos esperanzados. Cuando la madre de la señora Mulock falleció, Mulock había sido persuadido por aquellos que tenían una buena vista de los intereses de su mujer para permitir que su herencia se pusiera en un fideicomiso administrado por dos comerciantes de Newcastle. En esos días -más de treinta años antes del primer Married Women's Property Act- cualquier cosa perteneciente a una esposa era automáticamente de su marido; el acuerdo del fideicomiso no podía reservar el dinero para su uso, pero podía al menos asegurar que el interés sería pagado sólo si ella lo requería, y que el principal permanecería intacto para pasar a sus hijos cuando ella muriera.

Mulock puso mucho empeño a principios de la década de 1840 en intentar deshacer la escritura que había ejecutado. Afirmaba creer que el fideicomiso era una mera herramienta para enriquecer a abogados granujas; claramente, se arrepentía mucho de haber hecho lo decente y quería desesperadamente poner sus manos sobre el capital de su mujer. Los fideicomisarios le hicieron a la señora Mulock varios anticipos por encima del interés que se le debía; el más alto, en 1842, fue de 176 libras.

En ese año, 1842, la salud de la señora Mulock comenzó a fallar, y Dinah, a la edad de dieciséis años, tuvo que asumir la mayoría de las tareas domésticas. En 1844 llevó a su madre de visita a Staffordshire, posiblemente en busca de salud, pero posiblemente también porque la casa estaba al borde del colapso. El nombre de Mulock entró en los libros de Gray’s Inn, aparentemente con la salvaje idea de convertirse en abogado. También se convirtió en secretario del esquema del Manchester-London Direct Railway, una burbuja especulativa que pronto quebró. El 17 de abril de 1845 el marido de una de las hermanas de la señora Mulock escribió al marido de otra:

En confianza, siento informarte de que todo está fatal con el pobre Mulock. Vi a su mujer, que no vivirá mucho, y a su hija en este vecindario uno o dos días después de su viaje a Newcastle para fundar de nuevo una escuela, tan pronto como la señora M sea capaz. El señor M pasará con toda probabilidad por un juicio de insolvencia; quiere evitarlo usando el dinero de su mujer, pero los fideicomisarios se muestras firmes guardándolo. Yo recomiendo una escuela de nuevo. Los chicos están con su padre en Londres. (Reade, “Dinah Mulock and Her Father”, Notes and Queries, 2 Feb. 1924, p. 79.)

La salud de la señora Mulock no mejoró. Murió el 3 de octubre de 1845. Y después de su muerte, Thomas Mulock abandonó a sus hijos por entero. Se negó a tener nada que ver con ellos o a contribuir en su manutención. Dinah Mulock tenía diecinueve años; no recibiría dinero del fideicomiso de su madre hasta que no fuera mayor de edad, en dos años. Los niños Mulock, escribió uno de los fideicomisarios, “fueron desposeids por un tiempo hasta que pudieran obtener un empleo…” (Reade, Mellards, p.70).

Los hechos precisos que rodean este fallo de la familia ideal no fueron jamás conocidos por los contemporáneos de Dinah Mulock. Algunas explicaciones de su vida temprana encerraban la historia más respetablemente convencional, que el padre de la autora había muerto, dejando a su viuda y a sus tres hijos luchando con una pequeña anualidad, que Dinah comenzó a suplementar escribiendo historias. Pero la versión contada por sus amigos y admiradores reflejaba su propia concepción de la femineidad heroica: que porque su madre fue “maltratada” por su padre, “la joven Dinah, en una llamarada de amor e indignación, se llevó a su enferma y delicada madre lejos, y tomó en su precipitación el cargo de la familia al completo, dos hermanos pequeños, sobre sus delgados hombros, trabajando para sustentarles de todas las maneras que se presentaban, desde historias para los libros de moda hasta publicaciones más importantes” (Oliphant, p.82).

Quitando los adjetivos emocionantes, y considerando el viaje exploratorio a Newcastle y, por supuesto, la subsecuente negativa de Thomas Mulock de hablarse a sus hijos, podría haber algo de verdad en la historia. Los elementos añadidos proporcionan detalles importantes para la imagen de la mujer ideal. A primera vista, podría parecer que esta versión mostraba a Dinah Mulock declarando su independencia de la imagen: desafiando a su padre, rompiendo la familia, y tomando a prerrogativa patriarcal de proveer sustento y protección. Pero la historia insiste en que ella hizo esto con la sanción de la mejor naturaleza moral de la mujer y una más grande capacidad de sacrificio por los demás. Además, la presencia de una madre inválida en todas las versiones existentes de los primeros años como escritora de Dinah Mulock proporciona el ingrediende necesario para explicar por qué se decantó por la autoría antes que por cualquier otra manera de ganarse la vida.

Las historias de la entrada en la profesión, como señala Elaine Showalter en A Literature of Their Own, son casi un género distinto en la historia de las escritoras femeninas del siglo diecinueve (Showalter, chap. 2). Bien la necesidad económica o un alto propósito moral fueron prácticamente prerrequisitos: el deseo de expresarse, o el éxito, o la fama, o la influencia pública no eran consonantes con la verdadera femineidad. Las historias de los principios de la carrera de Dinah Mulock enfatizan invariablemente que tenía dos hermanos que cuidar – pero, de hecho, Ben, el más joven, tenía ya dieciséis años para cuando la señora Mulock falleció; la mayoría de los chicos a esa edad, excepto en las clases más altas, habrían estado ya trabajando en la Inglaterra victoriana. Una vez su madre hubo muerto, Dinah Mulock no tenía una necesidad real de mantener un hogar; tenía ambas las cualificaciones y la experiencia para poder trabajar de institutriz. Habían también numerosas tías y primos − algunos de ellos bastante pudientes − repartidos por Inglaterra, quienes casi con certeza habrían abierto sus hogares a una desamparada jovencita si hubiese buscado su cuidado y protección.

En su lugar, Dinah Mulock eligió tomar la única profesión en la que, como escribiría más adelante, las mujeres podían competir con los hombres “en las mismas condiciones − y… a menudo ganarles en su propio terreno.” (Pensamientos de una mujer sobre las mujeres, chap. 3.) Tan pronto como en 1841 había escrito algunos versos sobre el nacimiento de la princesa real, que fueron publicados en el Staffordshire Advertiser, Chambers’s Edinburgh Journal imprimió algunos más de sus poemas en el verano de 1845, no mucho antes de la muerte de la señora Mulock. La señora S. C. Hall fue casi seguro el ángel literario; era una contribuidora regular a la revista y actuaba como el contacto en Londres de Robert Chambers, identificando y enviándole los trabajos de posibles nuevos talentos. Con el comienzo del nuevo año, en enero de 1846, los poemas firmados “D. M. M.” comenzaron a aparecer con regularidad. Chambers también suministró algunas piezas para ser traducidas al francés para la “Column for Young People.” Dinah Mulock recordó su talento para los cuentos con moraleja para niños y vendió uno al Religious Tract Society.

Estos primeros años de su vida profesional debieron de ser amargamente difíciles. Los fideicomisarios se manifestaron con pequeños adelantos de vez en cuando con el objetivo de salvar a los tres Mulock de la total indigenica. Tom Mulock, el mayor de los dos hermanos, abandonó sus estudios de pintura y se encomendó al capitán de un barco mercante. (Los contemporáneos de Tom en la escuela de arte fueron los jóvenes innovadores que pronto se convertirían en la Hermandad Pre-Raphaelita; Holman Hunt admiraba la belleza de Tom y su habilidad para dibujar, y recordaba que Dinah solía a veces sentarse con el en el Museo Británico mientras copiaba los modelos [Hunt, I, 105]). Justo antes del comienzo de su segundo viaje se cayó del barco al muelle seco donde estaba atracado; se rompió los dos mulsos y murió, después de unos días de intenso sufrimiento, el 12 de febrero de 1847.

Dos meses después Dinah Mulock cumplió veintiun años y se le pagó su parte del capital del fideicomiso de su madre. Puesto a interés, le hubiera cosechado más o menos cuarenta libras al año. Aunque familias enteras de trabajadores pobres sobrevivían con poco más, probablemente hacían falta más o menos cien libras al año para que un solo adulto pudiera gestionarse en un nivel mínimo de comodidad y decencia aceptable. Ben estaba estudiando para convertirse en ingeniero civil; vivían juntos en albergues en una calle oscura en Tottenham Court Road. Y, durante el año en el que Jane Eyre fue publicado y las puertas de la educación superior se abrieron para las mujeres, Dinah escribió y escribió. Aunque una de las dificultades que encontró la nueva Queen’s College para mujeres era la necesidad de econtrar carabinas adecuadas para las estudiates, Dinah Mulock siguió adelante ella sola, a través de las calles y hasta las oficinas de los editores, colocando un poema aquí, una historia allá, un artículo en otro lugar, consiguiendo sus contactos, aprendiendo su oficio, y siendo una máquina de las palabras. Consiguió terminar historias de cinco mil palabras en dos o tres semanas, y verderlas a revistas semanales, a diarios mensuales más prestigiosos, y a los novedosos anuales de Lady Blessington.

La manera en la que ella quería ver este trabajo se puede observar en las líneas de Cola Monti, un libro para niños que publicó en 1849. El lema del título de la página es “Dios ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos.” El héroe, un pobre pero talentoso juven pintor, no se limita simplemente a quedarse al márgen del mundo de las bellas artes dependiendo de las migajas (como hacen muchos de sus amigos), sino que pone todos sus esfuerzos en un trabajo comercial. Aprende a ser cuidadoso, fiable y puntual: así que puede mantenerse a sí mismo como ilustrador. Al final, por supuesto, produce una pintura que es el éxito sorpresa de una exhibición de la Real Academia.

Éxito popular

Para finales de 1848 Dinah Mulock se las había arreglado, con los libros para niños y las montañas de cuentos, para llegar lo suficientemente lejos como para poder permitirse trabajar en una novela completa para adultos. Los Ogilvies fue publicada a finales de 1849 − Atrajo cierta cantidad de atención. Mary Russell Mitford (en el momento la gran mujer de las letras británicas) pensaba que había sido escrita por Elizabeth Barrett Browning (Stebbins, p.31). Jane Welsh Carlyle le pidió a un amigo que le consiguiera una copia del libro, declarando que “el nombre de la autora es Molock o algo parecido, y ha sido publicada por Chapman. Debe der ser bastante curioso de ver, pues me ha contado Madame Pepoli que Molock tiene dieciocho años y que no ha leído ‘absolutamente ningún libro’ ni ha visto ‘nada de la sociedad;’ − y el libro ya va a ser editado por segunda vez − ‘circula en familias,’ y generará beneficios.” (Froude, Letters and Memorials, II, 90-91).

El público ya estaba obteniendo mal los hechos, y doblegando a la escritora profesional en su propia concepción de lo que una joven autora debería ser, pero al menos leían el libro. Olive se publicó al año siguiente. Chapman pagó 150 libras por los derechos de autor de cada novela; no era generoso, pero era más de lo que muchos principiantes recibían. El aprendizaje de Dinah Mulock fue relativamente corto, tanto para los estándares victorianos como para los nuestros propios. Cinco años después de ser dejada, a la edad de diecinueve años, absolutamente desamparada, se convirtió, con veinticinco años en una profesional aceptada, capaz de escribir diversos géneros y de colocar lo que escribía con una variedad de editores.

Cuando Ben cumplió veintiuno en el verano de 1850, tomó su experiencia como ingeniero civil y su parte de la herencia de su madre y se marchó a Australia. Abandonada sin “protección”, su hermana unió fuerzas con Frances Martin, una mujer incluso más jóven que ella. Eran, como una mujer que oyó hablar a Mrs. Gaskell de ellas declaró, “dos hermosas jovencitas, viviendo solas en albergues, escribiendo libros, y moviéndose por la sociedad de la manera más independiente, con su llave. Un fenómeno así era extrano, quizás sin precedente en aquella época” (Shaen, p.64). (Frances Martin promovió más tarde la educación para los ciegos y fundó la Working Women’s College, ahora llamada Frances Martin College.)

Tenían un amplio círculo de amigos. Algunos, sin duda, conocidos en las fiestas de la señora S. C. Hall. George Lillie Craik, cuyo New Zealanders habían inspirado la casa de juegos del jardín de la infancia de Newcastle, había sido nombrado profesor de Literatura Inglesa e Historia en la Universidad de Belfast, pero estaba con frecuencia en Londres; estaba escribiendo trabajos educativos populares para los hermanos Chambers. Camilla Toulmin, otra de las contribuidoras regurales de los Chambers, presentó a Dinah Mulock a poeta dramático John Westland Marston; se convirtió en la madrina de su hijo Philip (quien más tarde también fue poeta), nacido en 1850. Mantuvo el contacto con algunos de los artistas que habían sido amigos de Tom; fue quizás a través de ellos que conoció a Sydney Dobell y a su hermano Clarence. Su amistad con Alexander Macmillan data también de este periodo. Su tienda estaba aún en Cambridge, pero comenzaba a publicar libros con los Socialistas Cristianos; se decía que Dinah Mulock se encontraba entre los discípulos que visitaban a Frederick Denison Maurice en sus habitaciones en la pensión Lincoln.

Mientras las novelas e historias continuaban haciéndose camino, los albergues fueron cambiados por pequeñas casas cerca de Camden Town, donde Dinah Mulock podía dar sus propias fiestas. Entre la gente que acudía se econtraba Margaret Oliphant, otra joven novelista justo al principio de su carrera; recordaba en su autobiografía oír a la señorita Cushman (la actriz famosa por su actuación como Romeo) recitar una canción de Kingsley, y recordaba mirar a los otros invitados “como alguien que mira a las figuras en un Madame Tussaud, preguntándome… si la corriente de fuera podría no cubrir a un pintor o a un poeta o a algo igual de bello − cuyas etéreas cualidades eran todas invisibles al ojo ordinario” (Cogshill, p.39). Los amigos de Dinah Mulock, como ella misma, eran arduos trabajadores; George Lovell, por ejemplo, era secretario de la Phoenix Insurance Company por el día, y un popular dramaturgo en su tiempo libre. Margaret Oliphant recordaba también estar bastante asustada por un hombre deforme en una silla de ruedas que asistía siempre a las fiestas de Dinah Mulock; éste sería Frank Smedley, quien, como editor de la Sharpe’s London Magazine, había impreso algunas de sus primeras historias. Cuando la locura espiritualista golpeó Londres, las fiestas fueron de vez en cuando dedicadas a sesiones espiritistas.

La joven Dinah Mulock era descrita como una “conversadora brillante”, siempre llena de vitalidad y de ánimo (Ward, p.107). Aunque algunas fotografías tardías la muestran luciendo incómodamente como la reina Victoria, fue siempre una joven mujer alta y delgada; la palabra “esbelta” era usada a menudo, y en una carta escrita a la edad de catorce años se quejaba de que se sentía como una gigante entre los londinenses. Una fotografía tomada tan tarde como en 1869 la muestra aún demasiado delgada para la moda y gustos de mediados del siglo diecinueve. Aunque no era una belleza convencional, era duro para sus admiradores creer que había fallado tan miserablemente en la vocación de una mujer como para permanecer soltera voluntariamente − o, pero aún, no haber sido elegidos. La muerte de su hermano Tom fue transmutada en una versión de la historia del “prometido perdido en la guerra” que los adolescentes circulaban sobre su maestra favorita. El rumor era que ella se había prometido a un “caballero de su misma edad y disposición”, quien se había acordado que pasaría dos años viajando antes de la boda, y que cuando fue a los muelles a darle la bienvenida a casa él se emocionó tanto que perdió el pie, cayó al agua y se ahogó (Shaylor, p. vi).

Tenía muchos admiradores. Una “bandada de doncellas auxiliares” (Oliphant, p. 82) estaba siempre agrupada a su alrededor. Ella creía que las mujeres trabajadoras tenían que ayudarse unas a otras: escribió una larga historia para vender y conseguir fondos para la Governess’s Benevolent Institution. A veces invitaba a las chicas de un reformatorio cercano a su casa para que cantaran con ella. Y servía de mentora y de abridora de caminos para otras jóvenes mujeres ambiciosas; estaba siempre llena de entusiasmo por sus proyectos y diseñando esquemas para promoverlos. Su intensidad y contundencia resultaban incómodas para las mujeres victorianas menos asertivas; Margaret Oliphant se quejaba de que tenía una manera de “fijar los ojos” de la gente a la que hablaba, como si quisiera leerles la mente (Cogshill, p. 38).

También aprendió, por necesidad, a ser contundente en los negocios. Algunos amigos recordaban que al principio había sido un poco despreocupada en cuanto a lo que ganaba; más probabmente no contaba ni con las habilidades ni con las influencias para hacer mucho más excepto tomar lo que le ofrecían. Mientras nuevas ediciones y reimpresiones baratas de sus primeras tres novelas continuaban llenando las arcas de Chapman, se dio cuenta de la ventaja que las editoriales ganaban con la compra total de los derechos de autor. Los años de esfuerzo creativo diario le llevaban hacia el agotamiento físico y mental. Se atrevio a preguntarle a Chapman si no pensaba que sería más justo difundir algunos de los beneficios que su trabajo estaba ganando. En el verano de 1856 escribió a su amigo Macmillan sobre encontrar algún trabajo literario regular − quizás leyendo manuscritos − que requiriese menos estrés e incertidumbre. (Showalter, A Literature of Their Own, pp. 50-51.)

No le hizo falta; fue, de hecho, quizás meramente un síntoma de su estado de ánimo justo después de terminar una novela que le hizo sentirse particularmente insegura porque era de un tipo diferente a las que ella sabía que podía vender. En 1852 había conducido hasta Tewkesbury con su amiga Clarence Dobell, había observado los callejones y edificios, y había visto el nombre “John Halifax” en una tumba en el cementerio de la abadía. Frances Martin y otros amigos habían hablado y se habían reído de “querido John”, habían comentado, criticado, y le habían ayudado con las lecturas de prueba. Tenía un nuevo editor − Henry Blackett, a quien la señora Oliphant le había presentado. Sabía suficiente como para negociar con cuidado; Blackett, se dice, llegó a temer su agudeza para los negocios tanto que palidecía cuando pensaba en ella. John Halifax, caballero fue publicado en la primavera de 1856. Desde ese día, no ha estado fuera de imprenta. Su autora se encontraba financieramente segura, y también se hizo famosa.

Los libros de Dinah Mulock nunca habían llevado su nombre en la página del título; cada uno, sucesivamente, había sido identificado como “por la autora de las novelas que le preceden”. Sin embargo, no había una intención real de anonimato; Los críticos usaban su nombre libremente y, cuando −como pasaría más tarde con George Eliot− alguien más trató de llevarse el crédito por John Halifax, caballero, mandó sin demora una carta para aclarar el asunto. Sin embargo, se enfadó mucho cuando Chapman comenzó a anunciar nuevas ediciones de los libros que aún poseía como “las novelas de Mulock.” La idea de que ella continuaba ganando dinero para él que él no compartía con ella sin duda contribuyó al enfado, pero la carta que escribió enfatizaba su deseo de evitar la publicidad personal. La posición pública que ahora poseía era el producto no de su persona, sino de su trabajo. “La autora de John Halifax, caballero” era alguien escuchado. Escribió menos ficción; Chambers’s y otras revistas se dirigieron a ella por sus ensayos sobre temas serios y causas sociales en las que hablaba con la autoridad de una mujer de estátus.

Sin embargo, su vida personal volvía a estar ensombrecida. Ben volvió de Australia, habiendo cambiado la ingeniería por la fotografía. Es imposible penetrar lo suficiente entre las líneas de la reticencia victoriana a descubrir si su dificultad era la bebida, el opio o la inestabilidad mental; “aparecía y desaparecía, siempre en boca de todos, tiernamente bienvenido, causandole ansiedades muy resentidas y rebatidas por sus amigos, pero nunca por ella misma” (Oliphant, p.82). En 1859 tomó un arrendamiento en “Wildwood”, una cabaña cerca de Hampstead en lo que era entonces una tranquila área bastante rural, rodeada de árboles y un jardín y a un kilómetro de la línea de omnibús más cercana. Ben residía ahí con ella a veces; otras veces se marchaba a Brasil, o quizás a Rusia, para fotografíar trabajos de ferrocarril. En 1862, cuando un americano que se encontraba en Londres para la Exhibición fue llevado a Wildwood para conocer a Dinah Mulock, Ben estaba allí y estaba obviamente enfermo (Harrison, p. 538). A principios del año siguiente volvió repentinamente a casa y dijo “Hermana, me estoy volviendo loco − debes cuidar de mí.” Ella le vigiló constantemente durante siete semanas, temiendo que cometiera suicidio, hasta que su propia salud colapsó. Finalmente tuvo que internarle en un asilo; intentó escapar, se hirió gravemente, y murió el 17 de junio de 1863. Su hermana subalquiló Wildwood y marchó a vivir en albergues en Wemyss Bay, en el Clyde (donde había pasado varios veranos), quizá por su salud, quizá para escapar de la presión y de los malos recuerdos de la casa que había conseguido por el bien de Ben. (El arrendamiento de Wildwood, por casualidad, fue tomado por Eliza Meteyard, otra de las energéticas, independientes y solteras mujeres que se estaba abriendo su propio camino como escritora profesional.)

Matrimonio y años posteriores

Podría haber habido otra razón más para su residencia − esta vez prolongada más allá del verano − en la vecindad de Glasgow. Dinah Mulock se acercaba a los cuarenta, y durante al menos diez años había considerado que permanecería soltera, si no una solterona. La historia de su romance fue lo suficientemente dramática como para ser contada en varias versiones diferentes.

Se recordará que George Lillie Craik, el historiador y escritor, había sido amigo de Dinah Mulock durante sus primeros años publicando. Él tenía un sobrino del mismo nombre, que había nacido en 1837 y que era, pues, once años más joven que Dinah Mulock. Podría haberle conocido con su tío durante el tiempo en el que ella era una joven escritora independiente y él un colegial o poco más. El más joven George Lillie Craik había sido educado en el instituto y la universidad de Glasgow y se había embarcado en los negocios para sí mismo en Glasgow como contable. En algún momento a principios de la década de 1860 fue gravemente herido en un accidente de tren en o cerca de Londres. Una versión de la historia dice que le llevaron a Wildwood, lugar que Dinah Mulock había abierto para recibir a las víctimas del desastre al fondo de su jardín; otra que los cirujanos le preguntaron que si conocía a alguien en Londres que pudiera ser llamado y que él se las arregló para recordar el nombre de la amiga de su tío, que corrió al hotel al que le habían llevado y que le dio la mano mientras su pierna era amputada. Lo que parece cierto es que él pasó varias semanas en Wildwood convalesciente y que en algún momento, entonces o después de regresar a Glasgow, alguién propuso matrimonio.

Se trata de un caso extraordinario del arte imitatorio de la vida, ya que las características de esta historia coinciden cuidadosamente con el modelo de las relaciones sexuales que es casi una característica arquetípica de las novelas de mujeres en la década de 1860. La misma Dinah Mulock había escrito varias versiones. Las implicaciones de su uso literario (el logro de la igualdad entre sexos por enfermedad o discapacidad del hombre, la expresión del amor como una función del instinto maternal, el ejercicio del poder de la mujer a través de las virtudes caritativas femeninas) serán discutidas en su debido momento. Sus trabajos posteriores sugieren también otro valor: la mismísima casualidad de las circunstacias confirmó su ideal de que la mujer debe encontrar el amor sin buscarlo. La mujer que está en el negocio por sí misma, sin padres que le allanen el camino del romance, debe a toda costa evitar adentrarse ella misma, como Becky Sharp, en el negocio de la búsqueda de un marido.

La coincidencia de vida y arte y el atractivo emocional del la escena sin duda responde a la amplia circulación de varias versiones de la historia. No hace falta decir que ninguna de ellas salió directamente de ninguna de las partes implicadas; otra razón para la confusión fue que tanto el cortejo como el matrimonio fueron llevados a cabo con discreción y privacidad. Dinah Mulock no quería herir a sus numerosos amigos interesados, pero sentía que el escándalo y la festividad eran enteramente inapropiados para una mujer de su edad. Se casaron con una licencia especial el 29 de abril de 1865 en la parroquia de la iglesia Trinity en Bath, donde vivían algunos de sus tíos, y cogieron unas habitaciones amuebladas en una granja cerca de Glasgow mientras buscaban una casa.

Sin embargo, mientras tanto, Alexander Macmillan había andado buscando un compañero que pudiera llevar la parte de negocios de su floreciente editorial. Le atraía la idea de otro escocés que fuera un contable con experiencia y quizás también reticente a ver a la “querida Lady Dinah”, quien era una “muy útil” contribuidora (Graves, pp. 147, 188) de su revista mensual, mudarse a un lugar tan lejano como Glasgow. El 12 de abril escribió a un amigo preguntándole por información sobre la capacidad de negocio de Craik, y para el 1 de julio la oferta había sido hecha y aceptada, y los Craiks se estaban quedando con los Macmillans mientras esperaban a que se terminara la decoración de su casita de campo.

El círculo de amistades de Londres parece haber aceptado rápidamente al señor y la señora Craik como una pareja ideal. Jane Welsh Carlyle escribió a su marido, después de haberles visto más adelante ese verano, que “no parecen para nada no apropiados el uno para el otro. Sus sufrimientos físicos le han hecho aparentar los diez años de diferencia. Tiene una excelente pierna de imitación, y camina con ella mejor que American James” (Froude, III, 279). Craik se metió felizmente de lleno en la vida literaria y disfrutaba conociendo a los autores de la firma. Todas las historias que se cuentan sobre su persona enfatizan su amabilidad, fraqueza y simplicidad; cuarenta años después de su muerte los empleados más antiguos de Macmillan aún recordaban cómo les decía, al pasar por sus mostradores, “¿Está tu corazón en tu trabajo?” (Morgan, p. 69). Ofendió a uno de los personajes públicos más vanidosos de entre todos los autores de la firma ordenándole entrar por la tienda como todos los de más porque suponía un problema para la gobernanta abrir la puerta privada (Nowell-Smith, pp.148-49).

De acuerdo con el estereotipo del matrimonio victoriano, Craik tendría que haberse opuesto a que su mujer trabajara, y que lo hizo está puntualmente relatado en varios esbozos biográficos. Sin embargo, no hay evidencias en la crónica de la bibliografía de Dinah Craik de que alguna vez considerara abandonar su carrera para convertirse en una esposa a tiempo completo. Publicó una novela en cada uno de los cinco años que siguieron a su matrimonio; continuó escribiendo para revistas y comenzó de nuevo a trabajar en historias para niños; hizo algunas traducciones y ayudó a su marido a leer manuscritos para Macmillan.

El dinero fue destinado a una casa: The Corner House, en Shortlands, una nueva comunidad más allá de los suburbios hacia el sureste, cerca de Bromley. Diseñada por el joven arquitecto Norman Shaw (quien más tarde creó los edificios del New Scotland Yard), la casa era una antigüedad moderna, completa con gruesos cristales irregulares en los marcos de las ventanas, y estuvo terminada en el verano de 1869. La señora Craik no dudó en contar a sus amigos que había construído la casa con libros. La construcción de una casa podía ser vista, por supuesto, como una extensión de la función ideal de una mujer − pero la construcción de la residencia de un caballero también aportó evidencia sólida y satisfactoria de la posición financiera que ella había conseguido enteramente con sus propios esfuerzos.

La señora Craik también había estado discretamente financiando a su padre durante varios años. Él había seguido yendo a la deriva − a Inverness, donde editaba un periódico, a Francia, a Irlanda. Sus últimos años los pasó en Stafford. Escribió panfletos − desde la experiencia personal − tanto sobre asilos de lunáticos como sobre las prisiones de deudores; fue encarcelado una vez por desprecio al tribunal y, en otra ocasión, citado por su casero por una disputa sobre el alquiler. En el testimonio durante este último caso le contó al jurado de manera bastante patética que tenía “una hija cuyo poder el mundo conocía bien − una escritora muy famosa − una hija que era muy amable y obediente, y que era merecedora de todo respeto y honor.” (Reade, “Thomas Samuel Mulock, 1789-1869,” p. 502). Quizás ella se las arregló para preservar una apariencia de respeto y obediencia hacia un hombre viejo ahora en desgracia; Craik compró formalmente la vida manuscrita de Canning a su suegro, aunque no había posibilidad de que Macmillan’s lo publicara jamás. Thomas Mulock murió al fin el 11 de agosto de 1869.

Faltaba solo una cosa para completar la transformación de la joven profesional independiente en la perfecta matrona victoriana. Sin embargo, la naturaleza se negó a proveerla. La señora Craik, cuyos ensayos hablaban de distinguir entre la sumisión a lo inevitable y la mera y débil impotencia, y que había escrito en una de sus novelas sobre el deber “no sólo de pasivamente aceptar la alegría y la pena, sino también de encontrar los medios para asegurar la una y escapar de la otra” (Una vida noble chap. 12), tomó las riendas del asunto: igual que una vez había elegido una profesión, ahora elegía convertirse en madre. Una pequeña nila de unos nueve meses de edad había sido encontrada abandonada en la carretera el 1 de enero de 1869. La señora Craik acudió sin demora al asilo para pobres de la parroquia y se la llevó a casa. Los Craik la llamaron Dorothy − “el regalo de Dios.” Nos es difícil darnos cuenta de lo inusual que era ese acto en una época que creía fuertemente en la eugenesia, la mala sangre y las manchas de carácter hereditarias; el National Children’s Home no comenzó a hacer sus primeros experimeintos introduciendo a niños en familias hasta algún tiempo después, y la ley británica no daba a los niños adoptados los mismos derechos que a un hijo natural hasta bien entrado el siglo XX − aunque la señora Craik escribió una novela propagandística sobre el tema en 1886.

Las anécdotas que se cuentan de la señora Craik en sus últimos años tienden a reflejar el interés del que tenga el que lo cuenta en verla como el ideal doméstico. Se decía que hacía ella misma toda su ropa y la de su hija. Se decía que las labores de esposa y madre tenían preferencia ante la escritura; un amigo admiraba la manera en la que podía entretener a una casa llena de invitados “cuidados en cada detalle − escapando a su entendimiento durante las mañanas mientras alcanzaba su lapso diario de trabajo” (Matheson, p. 212). Pero continuó publicando con regularidad (aunque su producción disminuyó durante los años de la infancia temprana de Dorothy). Podía exigirl tanto como 2000 libras por los derechos de autor de un libro. También necesitaba la plataforma pública desde la que expresarse e influenciar a otros. La sospecha de la ausencia de feminidad fue evitada enfatizando las maneras en las que se molestaba por ayudar a la gente. Tenía una residencia en Dover, a cargo de una ama de llaves, que le prestaba a sus amigos continuamente; creaba elaborados planes para que tres o cuatro personas diferentes pudieran usar su coche en una tarde.

Pero su personalidad seguía construída por la independencia y el individualismo que le habían llevado a competir ella sola y sobrevivir. Cuando el viudo Holman Hunt quiso casarse con Edith Waugh, la más joven hermana de su primera esposa, la señora Craik hizo de carabina de la novia hasta Suiza para la ceremonia, que habría sido ilegal en Inglaterra. (Diana Holman-Hunt, p. 284). Anualmente invitaba a las dependientas de una gran tienda de Londres a Corner House para unas medias vacaciones; cuando alguien le preguntada cómo se entretenía, respondía “Oh, como otras mujeres,” y no parecía darse cuenta de que la respuesta asombraba a sus oyentes (Keddie, p. 314). Continuó ayudando a otras mujeres profesionales; la pensión Civil List de 60 libras al año que se le había concedido en 1864 en reconocimiento por sus servicios a la literatura se la cedía siempre a escritores en aprietos, y los viajes turísticos que proveían la narrativa para los artículos en la nueva revista ilustrada de Macmillan’s de la década de 1880 le sirvió como excusa para llevar a grupos de jóvenes mujeres independientes de vacaciones con ella. Siempre había sido una mujer trabajadora y continuaba considerándose una; poco antes de su muerte escribió a Oscar Wilde, sugiriendo con cierta aspereza que el título de la revista que proponía para edición a Macmillan fuese cambiado de Ladies World a Woman’s World.

Dinah Craik murió repentinamente de un fallo cardiaco el 12 de octubre de 1887, en medio de los preparativos de la boda de Dorothy. Se dice que sus últimas palabras fueron “¡Oh, si pudiera vivir cuatro semanas más! ¡Pero no importa! ¡No importa!” (Martin, p. 539). La posición que ostentaba en la vida y las letras contemporáneas está parcialmente indicada por la composición del comité que se formó para rendirle memoria en la Abadía de Tewkesbury. Sus miebros incluían a LLord Tennyson, Matthew Arnold, Robert Browning, la señora Oliphant, Sir John E. Millais, el profesor T. H. Huxley y James Russell Lowell.


Modificado por última vez en 16 de agosto de 2007; traducido el 28 de mayo de 2018