John Wesley de Samuel Manning the Younger.

Obedeciendo las llamadas no buscadas de la Providencia, Wesley visitó otros pueblos en la vecindad de Londres y Bristol. Por donde quiera que predicaba, tenían lugar poderosos despertares y sorprendentes conversiones. Este éxito engendró nuevas responsabilidades de mayor peso. Como padre de estos hijos espirituales, sintió que era su deber ver que eran adecuadamente alimentados. Y cuando vio que muchos de sus conversos repelían el altar sacramental en las iglesias nacionales sólo porque eran sus oyentes, se sintió obligado a suministrarles cultura espiritual y protección. Su elección oscilaba entre favorecer tales provisiones o permitir que los frutos de su trabajo se convirtieran en una «cuerda de arena». Como todavía era un clérigo convencido, no podía aprobar plenamente la predicación laica, pero, siguiendo numerosos precedentes en la Iglesia, nombró al señ or Cennick en Bristol y a Air Maxfield en Londres para que asumieran la supervisión local de las sociedades en sus barrios respectivos, para celebrar las reuniones oratorias y para exponer las Escrituras, pero no para predicar.

Pero, las circunstancias pronto se alinearon una vez más en contra de su paulatino y decadente Eclesiasticismo. Durante su ausencia, el joven Maxfield comenzó a predicar en Londres con tal poder y persuasión espiritual como demostraba su vocación divina. Wesley regresó rápidamente a Londres, con la intención de poner fin a esta insularidad. Su madre, que entonces vivía en su casa, le dijo, «John, sabes cuáles han sido mis sentimientos, no puedes sospechar de mí en cuanto a que sea partidaria de ninguna teoría de este tipo. Pero ten cuidado de que lo que hagas a este joven sea con respeto porque sin duda ha sido llamado por Dios para predicar del mismo modo que tú». Así advertido, Wesley escuchó a Maxfield predicar y observó cuidadosamente los frutos de su predicación para convencerse de que había sido llamado por Dios para trabajar en el ministerio y entonces le autorizó para predicar ante las congregaciones metodistas como su «ayudante laico». Sin embargo, no le permitió administrar los sacramentos porque no había sido ordenado episcopalmente.

Este paso impremeditado, tomado tan renuentemente, contribuyó inmensamente a la estructura que Wesley estaba todavía criando improvisadamente. Al tomar como ayudante a Maxfield, inauguró de hecho el ministerio del Metodismo en base a la llamada divina. Y sus otros hombres igualmente cualificados y conscientes de esa llamada, rápidamente se contaron como sus conversos en numerosos lugares, y ante ellos no se pudo negar consistentemente a aceptar su ayuda, dado que el veloz número ascendente de sus sociedades y congregaciones exigió el empleo de más trabajadores. Una vez admitido el principio, Wesley no dudo en aplicarlo. De ahí que en 1742 tuviera veintitrés ayudantes predicando bajo su dirección y que en 1744, cinco añ os después de su primer sermón en el campo en Bristol, se encontrara celebrando su primera «conferencia» en Londres, compuesta por John and Charles Wesley, John Hodges, Henry Piers, Samuel Taylor, y John Meriton, clérigo simpatizante de Wesley, y Thomas Richards, Thomas Maxfield, John Bennett, y John Downes, ayudantes laicos; en total diez personas. Las sesiones duraron cinco días, hablaron libremente sobre cuestiones de doctrina, disciplina y deberes ministeriales. Entre las reglas adoptadas para los colaboradores o ayudantes laicos había una que les pedía «actuar en todo no según vuestra propia voluntad, sino como un hijo en el Evangelio, hacer esa parte del trabajo que emprendemos, en aquellos momentos y lugares que juzgamos más adecuados para su gloria». Esta regla reconoció la autoridad de Wesley para nombrar a sus ayudantes laicos para tales áreas de trabajo como juzgara mejor; ésta convirtió en deber de cada ayudante laico la sumisión a su autoridad; puso dentro de la emergente estructura del Metodismo el principio de autoridad que posibilitaba un ministerio organizado e itinerante, y sin el cual, de algún modo, es difícil apreciar cómo puede mantenerse. Tal y como fue ejecutado por Wesley, esta autoridad era autocrática y prácticamente irresponsable, y su aceptación y uso no se puede justificar excepto sobre la base de que él la creía necesaria, como probablemente lo fue en un principio, para el crecimiento de la gran obra que la Providencia le había confiado. No vio el momento cuando consideró su sumisión consistente con la paz y el progreso de sus sociedades, pero si uno está de acuerdo o no con él sobre este punto, no se le puede imputar injustamente su uso indebido. Desde el principio hasta el final, buscó el mayor bien para sus Sociedades, los mejores resultados de satisfacción para sus predicadores, y la promoción de la gloria de Dios en todos sus nombramientos. Sin duda, cometió muchos errores dado que era humano, pero si hubo un hombre mortal poseído por un gran poder, generoso y puro en su existencia, ese hombre fue John Wesley.


Modificado por última vez 30 de abril de 2010;; traducido 2 de noviembre de 2010