Las actitudes de Carlyle hacia la alegoría son más complejas, en gran parte porque emplea el término ambiguamente. En Sobre los héroes y el culto de los héroes, comenta que “el Infierno de Dante, el Purgatorio, el Paraíso, son además un símbolo, una representación emblemática de su creencia en este universo:--algún crítico en un futuro… que haya abandonado por completo el pensamiento de Dante, puede pensar que esto es… ¡una 'Alegoría' en su totalidad, quizá una alegoría sin valor! Es una encarnación sublime o el alma más sublime del Cristianismo. Expresa, al igual que los inmensos emblemas arquitectónicos de todo el mundo, cómo el Dante cristiano pensó que el bien y el mal eran los dos polos de esta creación”. Como Coleridge antes que él, Carlyle cree aparentemente que la alegoría no puede encarnar el pensamiento, y sin embargo, como otros pasajes revelan, no distingue entre la alegoría y el símbolo. Como Arnold después de él, Carlyle opina que Dante, como gran y sincero poeta, no pudo haber escrito conscientemente La divina comedia como alegoría. El problema central para Carlyle con la interpretación alegórica de La divina comedia es que “Los hombres no creen en la alegoría”, y aun así, está seguro de que “para el Dante más entusiasta, todo es un hecho visible en el que cree, en el que ve. Es el poeta de esto en virtud de aquello. Vuelvo a decir que la sinceridad es el mérito salvador, tanto ahora como siempre” (Obras, edición centenaria, ed. H. D. Traill, 30 vols. (Londres, 1896-1899), V, 97). La principal dificultad de Carlyle surge en su teoría del acto creativo, una teoría que difiere en cuestiones relevantes de la de Ruskin. Según Carlyle, la gran poesía y las grandes verdades en su totalidad deben brotar desde las profundidades de la mente, creciendo inconsciente y orgánicamente. A diferencia de Coleridge, de quien aparentemente deriva su énfasis en la creación inconsciente, Carlyle sostiene que el artista debe creer literal y completamente en la visión que él mismo crea. Carlyle es tan suspicaz ante los trabajos de la mente consciente que no defiende que ningún arte orgánico ni sincero pueda manar ni incluso en parte de la mente consciente. Por lo tanto, aunque nosotros hayamos llegado después de Dante y nos encontremos en una época distinta, somos capaces de leer el poema de Dante como una alegoría, si bien no podemos, dice Carlyle, mantener que éste lo compusiera como tal.
Su discusión sobre la interpretación alegórica del mito de la religión pagana en “El héroe como divinidad” confirma esta interpretación de su concepción de la alegoría. Admite la verdad parcial de aquellos escritores que atribuyen el mito pagano a la alegoría. “Fue un juego de mentes poéticas, dicen estos teóricos; un presentimiento por medio de la fábula alegórica, de la personificación y de la forma visual de lo que dichas mentes poéticas han conocido y sentido ante este universo. Lo cual, añaden ellos, está de acuerdo con una ley primaria de la naturaleza… Que cuando un hombre siente algo intensamente lucha por expresarlo en público, por verlo representado ante él visualmente, como si poseyera una especie de vida y de realidad histórica en su interior”. Admitiendo sin dudarlo que tal ley existe, Carlyle aún pregunta, “¡Piensa! ¿Creeríamos en y tomaríamos como guía en nuestra vida una alegoría, un divertimento poético?”. No obstante, un par de oraciones después, constata “La religión pagana es de hecho una alegoría, un símbolo de lo que los hombres sintieron y conocieron sobre el universo… pero a mí me parece una perversión radical e incluso una inversión del asunto el proponer esto como el origen y la causa primera, cuando fue más bien el resultado y la conclusión… Deberíamos entender que este aparente campo de nubes fue una vez una realidad y que su origen no residió en la alegoría poética y mucho menos en el engaño y en la decepción”. En otras palabras, Carlyle, que siente que la alegoría conscientemente concebida debe ser insincera, “un divertimento poético”, respalda sin embargo que aquéllos que fundaron el mito pagano crearon inconscientemente la alegoría a partir de las historias en las que creían firmemente. Volviendo la vista al pasado, Carlyle y los hombres del siglo XIX fueron capaces de percibir que estas creencias fueron en realidad alegorías, a pesar de que los individuos que las fundaron no fueron ni ellos mismos conscientes de esto. Por muy exacta que sea la interpretación de la mitología primitiva—y es seguramente una visión avanzada de la habitual concepción del Renacimiento y del siglo XVIII sobre los orígenes del mito--, la postura de Carlyle sobre la alegoría, cuando se aplica a la literatura, requiere la creencia en que los poetas como Dante no supieran lo que estaban haciendo. Ruskin, que conocía la Epístola al Can Grande y el Convito, no llegó a defender tal concepción sobre la alegoría. [Sobre la concepción del Renacimiento y del siglo XVIII sobre los orígenes del mito, véase Jean Seznec, La supervivencia de los dioses paganos: la tradición mitológica y su lugar en el Humanismo y el Arte renacentista, traducción de Barbara F. Sessions (Nueva York, 1961) y Frank E. Manuel, El siglo XVIII confronta a los dioses (Nueva York, 1967)].
La única concesión de Carlyle sobre la literatura alegórica aparece en su afirmación en el mismo pasaje
El progreso del peregrino es una alegoría con un carácter hermoso, justo y serio, pero hemos de considerar ¡si la alegoría de Bunyan podría haber precedido a la fe que simboliza! La fe ya tenía que estar allí gracias a que todo el mundo creía en ella. A partir de esto, la alegoría podía convertirse en su sombra y con toda su seriedad, podemos decir que en una sombra deleitable, un mero juego de la fantasía en comparación con semejante hecho y certidumbre científica, cuya lucha poética consiste en plasmar emblemas.
Aquí, aparentemente, el terreno se tambalea, puesto que Carlyle ahora argumenta que, por lo menos en lo concerniente a Bunyan, la alegoría sincera es posible, y sin embargo, cuando un capítulo posterior debate sobre Dante, no admite tal posibilidad. Carlyle no nos dice demasiado sobre Bunyan aquí, por lo que o bien podemos razonar que consideró a Dante como a un escritor muy superior a Bunyan, alguien que ha de trabajar con mayor inconsciencia, o que incluso pensó que el mismo Bunyan creía literalmente en lo que escribía. O, finalmente, que el hábito de Carlyle de constatar todo en los términos más rotundos le condujo a importantes inconsistencias. Sea cual sea la respuesta, Carlyle se sigue mostrando clara y profundamente suspicaz ante el arte alegórico, sin permitir que el arte excelso, verdadero y sincero se pueda escribir conscientemente como alegoría.
Modificado por última vez el 26 de julio de 2005; tracidio el 15 de febrero de 2011